viernes, 21 de octubre de 2011

Miguel Fleta, un tenor para el recuerdo

Quisiera dejar constancia en esta entrada, de la importancia que tuvo para mi conocer por boca de mi querida abuela Carmen la admiración que sentía su padre, mi bisabuelo Pepe Oliver, hacia el arte del tenor español Miguel Fleta. Me hablaba de los discos que escuchaba y de cómo viajaba de Adra a Almería en los años treinta para escuchar a este tenor. Las dos ciudades están separadas por cincuenta kilómetros, lo cual no es una distancia baladí si tenemos en cuenta que estamos hablando de los años treinta, antes de la guerra civil. Esta información de primera mano me hizo investigar sobre la vida de este tenor completamente desconocido para mi. Y descubrí algunas cosas interesantes y hasta sorprendentes, llegando a ser para mi uno de esos pocos artistas  especiales, que no solamente son admirados por su arte sino también por su humanidad y entrega.


Nació en 1897 en Albalate de Cinca, Huesca y murió en La Coruña en 1938, es decir una vida de poco más de 40 años. De origen humilde, pastor de ovejas en su niñez. Comenzó cantando jotas y fue descubierto por la que posteriormente fue su mujer, la soprano Luisa Pierrick, cuando realizaba una prueba de voz en el conservatorio de Barcelona, donde ella era profesora, quedando cautivada por el timbre de su voz, como ella misma expresó: “enseguida comprendí la importancia de la voz de Miguel [Fleta] y sobre todo su sentimiento”. Ella lo forma y en no mucho tiempo estaba cantando en los mejores teatros del mundo, La Scala de Milán, Volksoper de Viena, Teatro Massimo de Palermo, La Fenice de Venecia y hasta el mismísimo Metropólitan de Nueva York, el éxito es total,  su voz cautiva al público, más que eso, produce entusiasmo por donde quiera que va, es su época dorada, los años veinte. Esa subida tan fulgurante, tantos éxitos, en una naturaleza humilde y generosa como la suya hacía que no tuviera inconveniente en repetir hasta varias veces a petición del público las arias más famosas en las representaciones de ópera, e incluso llegara a cantar en plazas de toros, sobre todo al final de su carrera, sin medios de amplificación sonora, todo un exceso que llegó a pagar caro, pues su voz a finales de los años veinte comienza a declinar provocando un alejamiento de los escenarios importantes del mundo operístico y el periplo por toda la geografía española durante la segunda república, por teatros menores y escenarios excesivamente grandes para la voz humana, lo que empeora aun más su maltrecha voz. Triste historia para un cantante que estrenó en La Scala de Milán a petición del ilustre director Toscanini, la ópera póstuma de Puccini, Turandot en 1926, o que triunfó en el Metropolitan de Nueva York con I Pagliacci, una obra que desde la muerte de Caruso,  ningún cantante quiso ponerla en escena en este teatro, el recuerdo de este ilustre cantante era todavía incuestionable y una pesada carga para cualquiera. Fleta afrontó el reto y triunfó de forma apoteósica.

Como llegó a decir el mismísimo Lauri Volpi después de escucharlo cantar: “Su voz cálida, amplia, oscura, extensa y dúctil era de las que en la historia del teatro lírico se cuentan con los dedos de una mano y se oyen con intervalos de varios lustros. Voz única por cantidad, calidad y emotividad entre las muchas que he tenido la ocasión de admirar hasta hoy en todos los teatros del mundo. Jamás he oído cataclismo semejante en teatro alguno ni he asistido jamás a un triunfo tan emocionante”.

Estos son algunos ejemplos de su arte:

En los dos enlaces siguientes se pueden escuchar dos preciosas perlas de su arte, "E lucevan le stelle"  de la Tosca de Puccini y "La donna e mobile" del Rigoletto verdiano, ambas son grabaciones de los primeros años 20.
En estos otros, tenemos el aria "Vesti la giubba" de I Pagliacci, de Ruggero Leoncallo seguida de "Che gelida manina" de la Boheme de Puccini
Miguel Fleta. Leoncavallo-Pagliacci

Miguel Fleta. Puccini-La Bohème



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