miércoles, 14 de diciembre de 2011

Lars Vogt y La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla interpretan un Brahms primoroso

Uno de los atractivos de asistir a un concierto es descubrir música nueva que no has escuchado antes, y que esta te sorprenda y que a partir de ese momento indagues un poco y descubras un nuevo mundo potencial de disfrute personal.
En otras ocasiones, cuando el programa que se interpreta es conocido, se ha escuchado muchas veces, e incluso se conocen distintas versiones de las obras, lo que se espera encontrar en el concierto es la realidad de la obra, su dimensión última, la conexión de los intérpretes con el público, detalles no percibidos en las grabaciones y vivir una emoción pura que conduzca a una sensación de felicidad difícil de expresar con palabras y que no se consigue de ninguna otra forma.
Es cierto que esto no se consigue siempre, que la mayoría de las veces las sensaciones son parecidas a lo expresado anteriormente aunque en menor medida de lo deseable, pero a veces el milagro ocurre y uno agradece la suerte de haber vivido esos momentos. Esto último es lo que ocurrió en el concierto del pasado 8 de diciembre ofrecido por La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Teatro de la Maestranza, donde se pudo escuchar entre otras obras (enlace), el concierto para piano número 1 opus 15 de Johannes Brahms, verdadera obra maestra  de este compositor, y que fue interpretada de forma sublime.


Johannes Brahms

Un primer movimiento intenso y dramático, un segundo como de otro mundo, de una belleza y una expresividad fuera de lo común y un tercer movimiento arrebatado y de energía contagiosa. En definitiva un Brahms de verdadera altura que me sorprendió gratamente, pues desde mi punto de vista, superó a cuantos he escuchado en disco, con una orquesta en estado de gracia, un pianista Lars Vogt excepcional si más y un director Michael Schønwandt que entendiá a Brahms como si lo hubiese conocido en persona.
 La orquesta sonó transparente y con un gran sentido del color, del matiz y del contraste dinámico, poniendo de relieve la opulencia orquestal de este compositor, pero a la vez sacando a relucir los diferentes planos de la textura musical de una manera prodigiosa, aunque por encima de todo lo más destacado fue la enorme trascendencia con que fue interpretada esta música, desde los momentos más dramáticos a los más delicados y bellos. Con noches como esta, cuando se ven asientos vacíos, uno piensa, si saben los sevillanos en general, la joya que esta ciudad alberga, patrimonio de una ciudad que gana enteros con una institución como esta, que ha costado tantos años de trabajo ponerla a este nivel con el apoyo de todos, y que hay que preservar a toda costa y más en tempestades económicas como la presente que puede arrasarlo todo, pero que debemos mimarla y preservarla a toda costa sino queremos ser nosotros mismos los que naufraguemos.

El concierto para piano número 1 de Brahms fue terminado de componer en 1857, cuando el compositor contaba con 24 años de edad. Tiene una concepción ante todo sinfónica, en la que el piano y la orquesta aparecen más como un todo indivisible que como en el clásico concierto en que instrumento solista y orquesta son enfrentados musicalmente. Es un concierto dramático y de gran intensidad lírica, posiblemente derivada de su experiencia como compositor de canciones.
Se piensa que el emotivo y dramático comienzo de la obra está influído por la muerte de Schumann, auténtico mentor de este concierto. El sublime segundo movimiento parece una antesala de su Requiem, por su elevado carácter, no en vano aparece manuscrito en la partitura lo siguiente: “Benedictus qui venit in nomine  Domini” en homenaje a su admirado maestro Robert Schumann.

En el siguiente enlace se puede escuchar una de las mejores versiones recientes de la obra, interpretada por Nelson Freire al piano y Ricardo Chailly en la dirección de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig.



martes, 6 de diciembre de 2011

Naturaleza y Arte

Luz, aire, agua, mar, árbol, la sola enunciación de estas palabras sugiere muchas cosas. Hay ideas en ellas, conceptos, elementos inabarcables y desconocidos. La experiencia que supone un paseo por la playa o la montaña, por lugares de naturaleza plena, es extraordinaria si tenemos los cinco sentidos despiertos. Hay más cosas que nos envuelven que los puros conceptos que expresan las palabras, hay sensaciones difíciles de traducir mediante algún lenguaje conocido, posiblemente este es el objetivo del arte y manifestaciones del mismo como pintura, escultura o música. Las palabras en si son abstracciones y simplificaciones de la realidad, cuando se juega con ellas para trascender su significado entramos en una nueva dimensión de conocimiento, el que nos proporciona la literatura y la poesía, es decir, el universo artístico. El arte es la búsqueda de la utopía, aquella expresión máxima de conocimiento absoluto, en la que a través de la belleza nos acercamos a este ideal de plenitud, allí donde surgen las ideas del mundo, donde la búsqueda de lo infinito a través de lo finito, aunque una quimera, se convierte en un itinerario vital.

La experiencia estética que supone observar el mundo a través del arte es una de las sensaciones más maravillosas que se pueden vivir. Sugiero dar un paseo por el campo escuchando, por ejemplo, las variaciones Goldberg de J. S. Bach en el mp3, la experiencia es realmente extraordinaria, percibir una brizna de hierba escuchando el comienzo de esta obra, da sentido al milagro que supone la vida. Esto recuerda a las sensaciones que se perciben con las películas de Terrence Malick, por ejemplo en la penúltima “El nuevo mundo”, donde la observación de la naturaleza mientras suena el preludio de “El oro del Rin” de Richard Wagner, o el maravilloso segundo movimiento del concierto número 23 de Mozart, o en multitud de instantes de su última y enigmática película “el árbol de la vida”, aporta estas experiencias trascendentes que desconciertan por la inquietud que suponen la vivencia emocional de los misterios del mundo.

Cuando las variaciones Goldberg comienzan, da la sensación de que el tiempo se ha detenido, de que todo cuanto te rodea está sujeto a unas normas diferentes a lo habitual, pero de pronto surge el segundo movimiento y es la vida en plenitud lo que surge al instante, casi se siente el crecimiento de las hojas de los árboles y cuando digo esto me refiero a todas ellas, como en una sinfonía de vida y plenitud que no se detiene ante nada. En algunas de las variaciones más rápidas me vienen a la cabeza la variedad de formas de la naturaleza, sus recovecos y la luz que los traspasa en un mosaico de formas y colores. Las variaciones más lentas y reflexivas nos llevan a una mayor contemplación de cuanto nos rodea, provocan una emoción contenida.


La mejor versión de todas cuantas he escuchado, desde mi punto de vista, es la de Glenn Gould  grabada en 1981, es una versión mucho más reflexiva que su anterior grabación de 1955, todo un volcán de vitalidad y energía rompedora y toda una declaración de intenciones del interprete, sin embargo la última que grabó nos llena de luz del atardecer, con todos sus contrastes y claroscuros. Las dos son imprescindibles.

 

Todas las variaciones de la obra son excepcionales, pero destacaría el aria con que da comienzo y la variación 26, sin olvidar el cierre de la obra que es una especie de vuelta a empezar, pero sin que nada sea ya lo mismo, en un movimiento cíclico que hace aún más verosimil su acercamiento a los ciclos de la vida. La potencia expresiva de esta obra se realza en estas versiones pianisticas, la versión original fue compuesta para clave, mediante una variedad de matices casi infinita. Su profundidad expresiva y su nivel de abstracción son abrumadores. Como toda buena obra se disfruta cada vez más con el paso del tiempo.

Versión de 1981

Versión de 1955:
J. S. Bach: Variaciones Goldberg BWV 988. Glenn Gould

sábado, 3 de diciembre de 2011

La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y la quinta de Mahler



Esta noche he asistido al cuarto concierto de abono de la Orquesta Sinfónica de Sevilla, y después de bastante tiempo sin publicar ninguna entrada, he estado muy ocupado últimamente, he sentido un fuerte impulso para dejar constancia en el blog del magnífico concierto que nos ha ofrecido nuestra orquesta dirigida por su titular Pedro Halffter.

 En cartel la sinfonía número 5 de Mahler. Obra compleja, intensa, emotiva y que aglutina tantas cosas como pocas composiciones, una de esas obras que uno estaría escuchando permanentemente, que no cansa y que al contrario cada vez que se escucha parece nueva.

 En primer lugar quiero comentar el lleno absoluto del teatro. Cuando Mahler dijo que su momento llegará, en alusión a lo escasamente comprendida y conocida que fue su música durante su vida, y que confiaba que en el futuro sería mejor valorada, y viendo el teatro lleno a rebosar y con mucho público joven, vemos claramente que su vaticinio se ha cumplido, que su música goza de un esplendido presente, pero lo que es más importante todavía, que suyo también es el futuro.

 Una obra como la presente saca a relucir de la orquesta sus virtudes y sus defectos, poniéndolos claramente encima de la mesa, y francamente, en noches como esta hay que descubrirse ante la enorme calidad de esta agrupación sinfónica, que digamoslo con claridad es una de las mejores de España, y que sería imperdonable, para quien lo hiciese, que fuese sometida  a más recortes. Creo que hoy en día esta orquesta habla fuerte y claro de la importancia que tiene Sevilla desde un punto de vista cultural, siendo por tanto un reclamo para todos cuantos se planteen visitar la ciudad. La labor desempeñada por su director Pedro Halffter es verdaderamente encomiable, el cual ha crecido artísticamente a la par que la orquesta. Su inteligencia a la hora de programar las obras de la temporada, tanto la ópera como  los conciertos de abono, queda clara a la hora de asistir a conciertos como este. No hay más que echar un vistazo a las obras programadas tanto en esta temporada como en las anteriores para darse cuenta de que la exigencia de las obras elegidas, hacen que la orquesta suba varios peldaños en  calidad. Todas las secciones han mejorado en estos años, quedando claro cómo una obra como la quinta de Mahler, le viene como anillo al dedo a esta orquesta. La interpretación no sólo estuvo a una extraordinaria altura en cuanto a calidad orquestal, sino también en lo que se refiere a emoción y profundidad expresiva, tensión y dramatismo. Sólo pondría un pero, un excesivo volumen de los metales que en determinados momentos se comían a una cuerda en estado de gracia.



En definitiva una noche para guardar en el recuerdo de cualquier aficionado a la música y para felicitarnos de lo que significa poder disfrutar de una orquesta como la ROSS, y de un director con las ideas claras y con una gran capacidad de liderazgo.