miércoles, 31 de agosto de 2011

Bayreuth V: Tristán e Isolda 2011

Por fin Tristán. Esta es la obra que se representa nuestro tercer y último día en el festival. Se produce en nosotros un sabor agridulce. Por una parte llega el momento de escuchar, en la verde colina, la obra que, en mi opinión, está en la cúspide del arte operístico de todos los tiempos, la obra de emociones más concentradas y de música más profunda de cuantas se puedan escuchar. Pero por otra parte somos conscientes de que el sueño de Bayreuth está a punto de acabar, de que todo lo que estamos viviendo formará parte de nuestros dulces recuerdos dentro de muy poco. Escribo esto unos días después de la representación, y llego a la conclusión de que ese sueño hecho realidad, y ahora convertido en recuerdo, deja un poso de vida y conocimiento, sin el cual no sería el que soy en este momento. Además después de haber estado allí, escuchar la música de Wagner en casa como he hecho siempre, me lleva de forma inconsciente a rememorar aquellos instantes y a vivir la música de Wagner de una forma más intensa si cabe.
Cuando comienza el preludio de Tristán con ese sonido tan profundo, denso y oscuro percibo algo de aceleración en el tempo, sin ensimismamiento, algo mecánico diría yo. La sonoridad de la orquesta mágica, como siempre, pero el sentido poético lejos de lo excelso. El solvente director Peter Schneider organiza la textura musical de manera soberbia, pero es algo frío en la expresión de las emociones, manteniendo éstas muy pegadas a la tierra, lejos de las metafísicas interpretaciones de los años cincuenta. En su haber habría que decir que el sentido teatral de la propuesta musical era soberbio. Algo después entendí el por qué de esta forma de enfocar el drama más impactante de Wagner: La propuesta musical era coherente con la propuesta escénica. Esta última estuvo lejos del ideal de esta ópera. Es bueno que haya propuestas novedosas y enfoques distintos  a los habituales para buscar el sentido ulterior de una obra maestra, pero cuando se va demasiado lejos, y lo que se hace es ir contra el sentido original, creo que estamos ante un fracaso.

La propuesta escénica podría no ser la ideal y tampoco llevar el drama hacia el lugar donde habitan los sueños. Por el contrario, se podría dar un drama de este calibre, como ocurre en la propuesta del escenógrafo Marthaler, en un transatlántico de principios del siglo XX, con todo el golpe de realidad que esto conlleva, en el que las tres estancias, que dan cobijo a los respectivos actos, van encajándose una encima de otra hasta conseguir que en el tercer acto, los dos actos anteriores queden encajados sobre este.

 En el primero, un salón del barco lleno de butacas, en una estética obsoleta y casposa, en el segundo lo que podría ser una gran sala de espera sin más mobiliario que dos asientos en el centro de la misma, y con toda la frialdad de las paredes desnudas, y un tercer acto que ocurre en una sala que podría ser de una enfermería en la que reposa Tristán sobre una cama con aspecto de potro de tortura. Todo esto podría no ser malo necesariamente teniendo en cuenta además que, al ir transcurriendo los distintos actos, los decorados de cada acto nuevo aparece en la parte baja del escenario, mientras que los anteriores ocupan el espacio medio y superior respectivamente, en el que el espacio está diáfano sin techo, apareciendo los restos de los actos anteriores solo en las pareces, como si quisiera indicarse el grado de profundización del drama hacia los lugares más recónditos y profundos, se supone que del alma, aunque aquí más bien hacia los lugares más cutres del barco.


Pero lo peor no fue esto, sino que los personajes en escena parecían más marionetas que otra cosa, donde Tristán e Isolda casi ni se tocan, como si de un drama doméstico estuviésemos hablando, donde Kurwenal en sus movimientos escénicos parece un patético personaje en el que sus gestos son ridículos y mecánicos y que cuando termina de cantar al igual que los demás personajes, se dirige muy despacio hacia la pared como si estuviese castigado, patético, donde el Rey Marke es simplemente un cornudo al que parecen importarle poco los escarceos amorosos de su mujer. Un Tristán, en definitiva lejos, muy lejos de ser interesante. En opinión de un entendido alemán con el que pudimos conversar, una representación aburrida.


Lo mejor de todo, además de gran calidad de la orquesta, fueros las dotes canoras de los cantantes pues las actorales no pudieron ser contrastadas debidamente al estar plegadas a esta absurda representación. La Isolda de Iréne Theorin espléndida, una voz portentosa y bella, con toda la energía interpretativa y musical  que requiere el personaje. El Tristán de Robert Dean Smith, de bella voz pero quizás algo escasa en algunos momentos, aunque muy valorable su actitud dramática durante toda la representación. El Kurwenal de Jukka Rasilainen de voz noble y poderosa pero desaprovechada por la pésima dirección de escena. El Rey Marke de Robert Holl de profundísima voz con perfecta emisión y en lo que la dirección escénica le permitió, muy expresivo.


El siguiente video nos da una muestra de esta producción:




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