viernes, 19 de agosto de 2011

Bayreuth IV: Parsifal 2011

En nuestro segundo día de asistencia al festival se representa Parsifal. Si una representación en la colina verde es algo muy especial, cuando la obra es Parsifal estamos ante un verdadero acontecimiento. Fue la última creación de Wagner y por tanto su testamento artístico. Es la obra más enigmática y profunda de cuantas compuso nuestro genial autor y la única pensada desde su inicio para ser representada en Bayreuth, lo que hace más significativa aún su puesta en escena en este especial enclave.
El festival de Bayreuth fue inaugurado en 1876, y Parsifal estrenada en 1882 un año antes de la muerte de Wagner. En ella, después de toda una vida buscando el origen de la humanidad al margen de la religión, pensemos en su magna obra “El anillo del Nibelungo”, se adentra en el universo del Santo Grial de Jesucristo, uno de los motivos por los que Nietszche se distanció de él de forma definitiva.
Cuando Wagner concibió este teatro, pensó en un público que asiste a las representaciones después de aparcar los problemas de la vida cotidiana, que se aleja de los mismos desde que comienza a caminar hacia la sede del festival, que asiste de forma reverencial a una manifestación de arte supremo, más tarde  llamada obra de arte total, en una ciudad pequeña, sin más distracciones que sus propuestas artísticas. Pensó en un teatro carente de cualquier lujo superfluo, con un patio de butacas que ocupa la mayor parte de la sala dispuesto a modo de anfiteatro romano. Tanto es así que los asientos carecen de reposa brazos y están acolchados mínimamente. El respaldo es todavía más austero, de madera sin más, eso si, alquilan un cojín a la entrada para mitigar un poco estas incomodidades, pero lo cierto es que éstas pasan a un segundo plano, cuando lo que se está viviendo es un sueño tantas veces imaginado. Toda esta austeridad permanece desde su inauguración, no tanto por un motivo estético o accesorio, sino para que la acústica de la sala no se vea alterada según su concepción original.




Desde un punto de vista musical la representación fue modélica, salvo pequeños matices. La orquesta de sonido poderoso  y matizado, estuvo dirigida por un excepcional  Daniele Gatti que realizó una interpretación  profundamente expresiva y de gran carácter dramático. La especial acústica de este teatro se percibe desde que se escucha la primera nota. La música no se sabe muy bien de donde sale, el foso y la orquesta no se ven, están totalmente ocultos. Los músicos están debajo del escenario lo que permite que la orquesta suene robusta y poderosa pero sin tapar a los cantantes, cuyas voces adquieren un protagonismo inusitado en una obra de Wagner. El coro del Festspielhaus llegó a unas cotas de calidad difícilmente igualables, realmente fuera de lo común.
Valorados en su conjunto los cantantes (enlace) estuvieron a gran altura, entre lo bueno y lo excelente. Cuando se habla en la actualidad de la crisis de voces wagnerianas, es algo con lo que no estoy de acuerdo. Existen voces wagnerianas excelentes, que cantan de verdad y no gritan como muchos piensan, que transmiten la verdad de sus personajes. Si comparamos los cantantes actuales con otros de épocas pasadas, por supuesto que algunos de antes son referencias inalcanzables, pero en general creo que hoy en día Wagner se canta muy bien. Lo que sí es cierto es que los cantantes actuales tienen que competir, injustamente, con las grabaciones históricas de los grandes hitos de la historia del canto wagneriano, lo que les hace asumir un papel muy incomodo. Hoy día podemos escuchar, gracias a la técnica, lo mejor de todos los tiempos, con una magnifica calidad sonora, algo realmente fascinante, pero que también puede ser peligroso, pues estamos permanentemente comparando.
Destacaron en esta representación  el coreano Kwangchul Youn en el papel de Gurnemanz con voz aterciopelada y de gran nobleza, que aportó toda la humanidad que el personaje requiere y la mezzo americana Susan Maclean de poderosos y expresivos medios, y con una gran versatilidad dramática, muy bien en la consecución de los múltiples perfiles del personaje. Conviene recordar que el papel de Kundry es uno de los más complejos de la creación wagneriana, su antecedente en la historia original en la que se inspiró Wagner, en realidad estaba representada por dos personajes muy distintos entre si, y nuestro autor los sintetizó de forma magistral en este personaje. Tanto Kundry como Gurmenanz fueron los más aplaudidos de la noche, con pateos incluidos, reservados sólo para las interpretaciones de mayor altura. De un nivel notable fue la interpretación que hizo de Parsifal el tenor neozelandés Simón O`Neill, con el único pero de unos ciertos problemas en la emisión de la media voz, pero compensados con la gran expresividad del forte. El angustiado y sufriente Amfortas del alemán  Deflef Roth, estuvo dentro del buen tono general, el resto del reparto a gran nivel.



La representación en cuanto al aspecto escénico, cabe calificarla de excepcional. Es difícil ver tantos detalles significativos en una puesta en escena, tan llena de ideas, conceptos y referencias extra-musicales. Es imprescindible conocer al detalle la obra antes de asistir a una representación de este tipo, pues se corre el riesgo de perderse y desorientarse al confrontar ideas preconcebidas, con otras incluidas en la propuesta teatral. En representaciones de esta clase, la escena parece contar una historia totalmente distinta a la original, pero si la propuesta es coherente, pronto se empiezan a ver las relaciones, con lo que la obra original es realzada, potenciada y actualizada en sus significados.
Cuando el preludio comienza a sonar, se entra en un mundo estático, sugerente, como ajeno al paso del tiempo. A los pocos compases se alza el telón, y aparece una habitación de una mansión del siglo XIX, en la que una cama ocupa la posición central, sobre ella una mujer moribunda, con aspecto de estar poseída, como si su alma no tuviese reposo, reclamando la atención de su hijo, lo llama mediante movimientos estentóreos, poniéndose de pie en la cama, agitando convulsamente los brazos, pero el niño se resiste, debe sentir lo que siente el público, miedo. Finalmente consigue que se acerque, lo abraza, este consigue despegarse de ella y se va a jugar al jardín. Todo esto sin mediar palabra pues ocurre, mientras suena el impresionante preludio de la obra. El comienzo por tanto es desconcertante, y empiezan a surgir preguntas en la cabeza, ¿quién es este niño vestido de marinero?, ¿Y la mujer?. Como si de un leitmotiv se tratara esta mujer aparecerá en otros momentos de la historia, pero lo que se siente de entrada es una gran inquietud. Cuando comienza la acción propiamente dicha, la escena cambia, lo que ahora vemos es la casa de antes vista desde fuera, es decir, desde el jardín, además se cae en la cuenta de que esta casa es Wahnfried, la mansión de Wagner en Bayreuth, otra sugerencia que procesar. En el jardín tiene lugar la siguiente escena, parece que ha pasado algún tiempo, los caballeros del Grial con Gurnemanz a la cabeza, portan unas grandes alas a la espalda que podrían ser de ángeles. Kundry lleva una estética como de ama de llaves, otro guiño: parece el ama de llaves de la Rebecca de Hitchcock. No lleva alas, como los demás, hay algo de intrigante en ella. Cuando entra Parsifal en escena va vestido como el niño de la primera escena, de marinero. Representa al niño inocente, al “puro loco”, papel fundamental en la obra. Cuando el sufriente Amfortas, ataviado como un Cristo de nuestros días, al final del primer acto, oficia el sacramento de la comunión para los Caballeros del Santo Grial, estos son soldados del ejército alemán de la primera guerra mundial.  En estos momentos uno entiende que lo que nos intentan contar es la historia de Alemania desde finales del siglo XIX hacia adelante.

En el segundo acto, Klingsor, auto-castrado para alejar la tentación de la carne y poder entrar así en la orden de los Caballeros del Grial, es representado con estética de cabaret de los años veinte. De cintura para arriba hombre, de cintura para abajo mujer, con liguero y tacones incluidos. Porta además unas inquietantes alas negras a la espalda, al igual que Kundry, en clara alusión al águila del escudo de los Nazis. Las muchachas flor están representadas en la escena como enfermeras en un hospital para heridos de guerra, éstas, además de cuidar también seducen y fornican con los enfermos. De este mundo decadente se pasa posteriormente a la sociedad de los Nazis, la estética de la escena cambia completamente, aparecen las banderas del Tercer Reich con sus atemorizantes cruces gamadas. Pero todo este tenebroso y oscuro mundo es destruido por Parsifal, que en la obra original está designado para la salvación y curación de Amfortas  además de para hacerse cargo de la orden de los Caballeros del Grial. Es la clara alusión a la segunda guerra mundial y la caída del nazismo.



El tercer acto ocurre en las ruinas del anterior, más concretamente frente a la casa destruida del primer acto. Lo que en la obra original debía ser el encantamiento del Viernes  Santo en el que se da toda la potencia creadora de la naturaleza, aquí más bien asistimos a las ruinas del mundo, pero en el que todavía hay esperanza, la que encarna Parsifal. Es la pureza de Parsifal la que llevará a la salvación en la obra original, y en esta propuesta escénica a la salvación del mundo. En la siguiente escena, vemos un parlamento, los caballeros del Grial son políticos y Amfortas su fatigado y decadente líder. Lo que en el original es una exigencia de que Amfortas propicie la comunión, aquí es un parlamento inquieto que necesita que su jefe y líder les marque el camino, pero éste debido a sus  problemas, está totalmente imposibilitado para hacerlo. Es de nuevo “el puro loco” Parsifal el que aporta algo nuevo, el único capacitado para salvar a una sociedad que anhela más que nunca una moral y una espiritualidad que están postradas ante el reinante materialismo.

Toda esta complejidad escénica incluye además otros elementos para el análisis, por ejemplo, aparece de forma permanente en la escena, la tumba de Wagner así como el holograma de su cara surge en un momento puntual, haciendo a éste protagonista de la historia. También hay una clara referencia al muro de Berlín, el niño antes citado va poniendo sus ladrillos como si se tratara de un juego. En otro momento impactante de la representación, al final del tercer acto, un espejo gigante situado en el fondo de la escena hace que todo el público se vea reflejado en él, metiéndonos a todos dentro de la historia.

Después de asistir a una representación de este calado, se confirma la idea de cuán importante es el arte para conocer la existencia humana, tanto desde un punto de vista individual como colectivo. Esta obra está llena de referencias hacia la vida espiritual, donde la redención y el perdón juegan un papel protagonista, donde el dolor espiritual y la “herida” que como Amfortas, todo ser humano puede llevar dentro de si, condiciona los comportamientos y los actos, y como la liberación de este dolor es la única vía de superación personal y de anhelo de felicidad.
La puesta en escena además de esta búsqueda interior, inherente al planteamiento original de Wagner, enuncia un ambicioso programa de exploración en la conciencia e historia del pueblo alemán, en el que es fácil identificar su “herida” incurable, a lo largo de su reciente historia. De esta forma llegamos a pensar en la grandeza de la obra wagneriana, por su capacidad para sugerir y proponer nuevas lecturas a futuras generaciones, haciendo más amplia aún su vocación absoluta, permitiendo el acercamiento a un ideal abstracto del que manan las ideas del mundo, donde el arte propone un camino de búsqueda y exploración personal que nos convierte en mejores personas, donde la experiencia estética y la ética van de la mano.


En los siguientes videos se puede ver una muestra de esta producción de Parsifal, aunque los comentarios en alemán:




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