Uno de los atractivos de asistir a un concierto es descubrir música nueva que no has escuchado antes, y que esta te sorprenda y que a partir de ese momento indagues un poco y descubras un nuevo mundo potencial de disfrute personal.
En otras ocasiones, cuando el programa que se interpreta es conocido, se ha escuchado muchas veces, e incluso se conocen distintas versiones de las obras, lo que se espera encontrar en el concierto es la realidad de la obra, su dimensión última, la conexión de los intérpretes con el público, detalles no percibidos en las grabaciones y vivir una emoción pura que conduzca a una sensación de felicidad difícil de expresar con palabras y que no se consigue de ninguna otra forma.
Es cierto que esto no se consigue siempre, que la mayoría de las veces las sensaciones son parecidas a lo expresado anteriormente aunque en menor medida de lo deseable, pero a veces el milagro ocurre y uno agradece la suerte de haber vivido esos momentos. Esto último es lo que ocurrió en el concierto del pasado 8 de diciembre ofrecido por La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Teatro de la Maestranza, donde se pudo escuchar entre otras obras (enlace), el concierto para piano número 1 opus 15 de Johannes Brahms, verdadera obra maestra de este compositor, y que fue interpretada de forma sublime.
Johannes Brahms
Un primer movimiento intenso y dramático, un segundo como de otro mundo, de una belleza y una expresividad fuera de lo común y un tercer movimiento arrebatado y de energía contagiosa. En definitiva un Brahms de verdadera altura que me sorprendió gratamente, pues desde mi punto de vista, superó a cuantos he escuchado en disco, con una orquesta en estado de gracia, un pianista Lars Vogt excepcional si más y un director Michael Schønwandt que entendiá a Brahms como si lo hubiese conocido en persona.
La orquesta sonó transparente y con un gran sentido del color, del matiz y del contraste dinámico, poniendo de relieve la opulencia orquestal de este compositor, pero a la vez sacando a relucir los diferentes planos de la textura musical de una manera prodigiosa, aunque por encima de todo lo más destacado fue la enorme trascendencia con que fue interpretada esta música, desde los momentos más dramáticos a los más delicados y bellos. Con noches como esta, cuando se ven asientos vacíos, uno piensa, si saben los sevillanos en general, la joya que esta ciudad alberga, patrimonio de una ciudad que gana enteros con una institución como esta, que ha costado tantos años de trabajo ponerla a este nivel con el apoyo de todos, y que hay que preservar a toda costa y más en tempestades económicas como la presente que puede arrasarlo todo, pero que debemos mimarla y preservarla a toda costa sino queremos ser nosotros mismos los que naufraguemos.
El concierto para piano número 1 de Brahms fue terminado de componer en 1857, cuando el compositor contaba con 24 años de edad. Tiene una concepción ante todo sinfónica, en la que el piano y la orquesta aparecen más como un todo indivisible que como en el clásico concierto en que instrumento solista y orquesta son enfrentados musicalmente. Es un concierto dramático y de gran intensidad lírica, posiblemente derivada de su experiencia como compositor de canciones.
Se piensa que el emotivo y dramático comienzo de la obra está influído por la muerte de Schumann, auténtico mentor de este concierto. El sublime segundo movimiento parece una antesala de su Requiem, por su elevado carácter, no en vano aparece manuscrito en la partitura lo siguiente: “Benedictus qui venit in nomine Domini” en homenaje a su admirado maestro Robert Schumann.
En el siguiente enlace se puede escuchar una de las mejores versiones recientes de la obra, interpretada por Nelson Freire al piano y Ricardo Chailly en la dirección de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig.